He viajado incansablemente (aunque la verdad es que me he cansado mucho muchas veces) en pos de imágenes que transmitieran la esencia de esas culturas que nos son tan alejadas y desconocidas que las llamamos exóticas. He tratado de plasmar en imágenes esos mundos tan diferentes a los nuestros, donde los quehaceres cotidianos, los rituales religiosos, los tabúes y las normas de convivencia son tan diversos y variados que no podemos menos que cuestionarnos la validez de nuestras certezas absolutas.

Me duele tener que decir que estas culturas están condenadas a desaparecer. Están contaminadas con un mal incurable, mortal para ellas: la occidentalización. Lamentablemente, estas culturas van a desaparecer incluso antes que las especies en riesgo de extinción, que tantos desvelos causan a los amantes de la naturaleza.

Me mueve un interés socio-antropológico-étnico-estético. Trato de que mis incursiones no sean invasivas. Trato de respetar las costumbres de la gente que ‘visito’ y la privacidad de su cotidianeidad. No saco fotos que no me autorizan, tampoco hago posar a los sujetos de mis fotos. Busco ganar su confianza y luego intento plasmar la identidad singular de cada persona, de cada ambiente, de cada cultura, con el convencimiento de que es una experiencia enriquecedora para ambas partes. Yo los descubro a ellos y dejo que ellos me descubran a mí; no soy una mera cazadora de imágenes, me considero más bien una promotora de encuentros y acercamientos.

Nosotros solo vivimos el presente. Al pasado lo evocamos, al futuro lo imaginamos. África tiene la magia de permitirnos vivir el pasado, creo que eso es lo más atrapante, participar de alguna manera del pasado, no como mero espectador. En África he vivido el pasado.

He viajado por caminos casi inexistentes, cruzando inmensas savanas semi-desiertas, o sacudiéndome por senderos pedregosos en vehículos no siempre muy confiables, en pos de llegar hasta donde se desplazan los nómades o a las aldeas más remotas. Los viajes han sido arduos, las jornadas a veces largas, muy largas, y la recompensa para el cuerpo fatigado ha sido una carpa con una colchoneta no tan gruesa como los huesos cansados hubieran deseado. Pero en cuanto empieza a producirse un acercamiento auténtico, las incomodidades y la precariedad de nuestro ‘alojamiento’ desaparecen.

EN